El Salmo 78 de Asaf es un masquíl, lo cual indica que se trata de una composición para despertar el discernimiento, algo que queda de manifiesto desde sus primeras palabras, donde el autor aclara que hablará en acertijos y expresará enigmas de antaño o del oriente. Esto último señala al tópico de las «cosas primeras y últimas» del trato que Yahweh tendría con la dureza de su pueblo hasta el fin de la era, antes de dar paso a la era que viene —la era del Cristo—, ya que el pueblo antiguo no fue sino un tipo del actual.
Con su lenguaje manifiestamente profético, el Salmo 103 se constituye en uno de los más dichosos de toda la colección que compone el Libro de los Salmos. En él, su autor hace una enumeración de todos los beneficios de Yahweh para con aquellos que serían depositarios de su gracia, especialmente hacia el fin de la era, en el tiempo de la transición de esta con la era venidera. Es entonces que Yahweh, tal como reina ya en los cielos, reinará sobre toda la tierra en la persona de su Hijo, quien desde su trono desplegará todas las características del Padre.
Dentro de los salmos de David, el Salmo 37 ocupa un lugar muy especial, ya que es la base de muchos dichos del Señor en su anuncio de las buenas nuevas del reino de Dios hace ya dos mil años. Leerlo deja la sensación de que dicho reino de justicia, belleza y gloria puede ya casi tocarse con la punta de los dedos. Hoy, de hecho, cuando su manifestación en la tierra se encuentra casi a las puertas, todas y cada una de sus palabras han de ser sopesadas por todos aquellos que irán a tener su parte en él.
Al comienzo mismo de los Hechos de los Apóstoles, aplicándolas a la traición de Judas contra el Señor y a su reemplazo entre los apóstoles, el apóstol Pedro cita unas palabras del Salmo 109, acaso el más duro de todos los que integran el Libro de los Salmos. Se ignora, de hecho, qué episodio de la vida de David, su autor, ha dado el contexto para la composición del mismo. Pero la dedicatoria en su título de encabezamiento y la cita de Pedro dejan en claro que se trata de una profecía del Cristo en el final de la era.
El Salmo 79 es otra de las composiciones de Asaf que tienen como tema central la humillación del pueblo de Dios entre las naciones como parte de la dura disciplina de Yahweh por sus iniquidades crónicas. En tal sentido, la mención específica de la ruina de Jerusalén a manos de dichas naciones tiene no pocos paralelos lingüísticos y temáticos con el libro de las Lamentaciones. Finalmente, la mención de la venganza de Dios a cuenta de la sangre derramada de sus siervos —presente en el libro de Apocalipsis— hace de este salmo otra profecía sobre el fin de la era.
El Salmo 74 de Asaf —un masquíl o composición para despertar el discernimiento— es otra de las varias instancias en el Libro de los Salmos que da cuenta de las cosas primeras y últimas que hacen a la saga profética de Yahweh en su desapercibida marcha triunfal por la historia de la humanidad, desde los días del oriente hasta estos, los últimos de la presente era. En él, su autor —en nombre del pueblo, ya por mucho tiempo relegado y a punto de ser aniquilado por el enemigo— conmina a Dios a actuar como lo hiciera en el glorioso pasado.
Carente de todo título de encabezamiento, el Salmo 71 es una suerte de continuación del salmo de David que lo antecede, el cual es, a su vez, un recordatorio fundado en el Salmo 40. En el caso presente, el espíritu de la profecía anticipa lo que podría llamarse una recomposición del ánimo y de la confianza del siervo del Señor, quien rememora las hazañas pasadas de Yahweh y su providencia para con él desde el vientre materno. Todo ello lo lleva a renovar su visión de la era venidera, en que contará sobre todas estas cosas a aquellos que vendrán.