El Salmo 70 reproduce en forma idéntica los últimos tramos del Salmo 40. Tal como lo deja entrever el titulo del encabezamiento, se trata, en realidad, de un recordatorio lanzado a Dios por su mismo siervo que previamente, en el último de los salmos mencionados, se expresara con palabras en extremo exultantes, una parte de las cuales se encuentra citada en la carta «A los hebreos» del Nuevo Testamento. Su carácter de recordatorio dirigido a Dios queda, de hecho, confirmado en la versión griega de la Septuaginta, donde se lee: “De David, como recordatorio para que me salve el Señor”.
El Salmo 6 es uno de los más breves dentro del libro de los Salmos. No obstante ello, su importancia profética es innegable, incluso preeminente. Esto se debe al hecho de que, en su evangelio, Juan registra el momento en que Jesús cita unas palabras de dicho salmo en el mismo día de su entrada triunfal en Jerusalén, a sabiendas de lo que allí le aguardaba en breve, a saber: su muerte en la cruz y su resurrección como una forma de glorificar el nombre del Padre y de rescatar a toda la humanidad de la muerte y del Seol.
El capítulo 38 del libro del profeta Isaías documenta un escrito harto profético compuesto por Ezequías, rey de Judá del linaje de David, luego de que se recobrara de una enfermedad de muerte que le enviara Yahweh. Su contenido, en efecto, evidencia una serie de temas que tienden un puente entre algunos textos del Antiguo y del Nuevo Testamento, más concretamente entre algunos salmos y un célebre dicho de Jesús a uno de sus principales discípulos en el evangelio de Mateo, el cual ha sido durante ya tantos siglos objeto de disputa entre las tres principales ramas de la cristiandad.
Pocas son las composiciones que integran el libro de los Salmos que contienen un cúmulo de revelaciones tan pertinentes para nuestros días como lo es el salmo 40. Es así que la carta «A los hebreos» tiene en algunos de sus pasajes el punto culminante de su advertencia a aquellos a los que está dirigida. Sin embargo, tal como el mismo salmo da a entender, nada impide tanto la visión como el cúmulo de las iniquidades. Tal el caso de los cristianos de los últimos días, a los cuales la acumulación colectiva de la iniquidad ha cegado casi por completo.
El salmo 118 es uno de lo más significativamente proféticos acerca de la liberación definitiva que Yahweh —es decir, el Señor Jesucristo— traería a su pueblo una vez que este finalmente aprendiese en qué han consistido siempre los procedimientos de su justicia. Entonado antiguamente en el séptimo día de la Fiesta de los Tabernáculos, conocido tradicionalmente como «El Gran Hosanna», ha sido uno de los salmos más citado por Jesús, quien dio así un clarísimo indicio de que las cosas allí expresadas aún aguardaban su cabal cumplimiento en dicho mismo contexto festivo en los últimos días de la era presente.
De manera sorprendentemente abarcadora y detallada —bien que valiéndose de un riquísimo lenguaje profético cuyo sentido es sólo discernible por quienes cuentan con las «arras del Espíritu» , para decirlo en los términos del apóstol Pablo en su carta a los santos de Roma—, el salmo 22 refiere las vicisitudes del Cristo y la gloria que seguiría a estas en la era por venir. En él, en efecto, se traza un itinerario que, partiendo de su insólita humillación entre los hombres, llega hasta su exaltación en medio de sus hermanos y entre las naciones que recibirá como su herencia.
El carácter profético de todas y cada una de las composiciones que integran el libro de los Salmos resulta patente a la vista de cualquiera que las haya frecuentado con un ojo alumbrado por el Espíritu. En el caso del salmo 88 —y tal como sucede con el resto de las composiciones atribuidas a los hijos de Córaj, quien descendiera vivo al Seol luego de su rebelión contra Moisés en el desierto—, su tema es el de la prolongada estadía en una condición cuyo autor equipara con la muerte y de la que sólo Yahweh es capaz de rescatar.