El asunto que hace al Salmo 35 de David es el de una insólita proliferación de enemigos ocultos dentro del entorno de conocidos de aquel que en el salmo dirige a Yahweh un pedido de defensa y de reivindicación, en un contexto de controversia judicial que recuerda no poco a las palabras del siervo del Señor en la segunda mitad del capítulo cincuenta del libro del profeta Isaías. Este y otros detalles del presente salmo indican a las claras que se trata, nuevamente, de una profecía acerca del Cristo y de sus vicisitudes en el final de la presente era.
El Salmo 31 de David se refiere proféticamente al siervo del Señor en el final de la era. En él, el espíritu de la profecía se adentra en los íntimos pensamientos del alma del Cristo en su dirigirse a Yahweh, su Señor y salvador, quien ha guiado su vida desde el vientre de su madre hasta el momento de su adopción como el Hijo. Son tales pensamientos en su caminar por las sendas de Dios los que lo llevan a la hermosa exhortación del final dirigida a todos aquellos que, al igual que él, han experimentado la gracia de Yahweh.
En el Salmo 36, dedicado en su encabezamiento «al director, al siervo de Yahweh», el espíritu profético hace adentrarse a David en lugares muy profundos del alma humana y vislumbrar hasta qué punto, hacia el final de la era, muchísimos perderían todo temor de Dios, deslizándose hacia la vacuidad y, desde esta, hacia lo pernicioso. En contraposición a este cuadro, el Espíritu da a ver al salmista el de una humanidad renovada por la gracia de Dios, una vez que su justicia y su juicio hubiesen realizado todo su propósito para con ella, más allá, incluso, de la era venidera.
El Salmo 38, atribuido a David, presenta proféticamente, con un lenguaje especialmente metafórico e hiperbólico, un recordatorio que el siervo del Señor dirige a este a propósito de un misterioso episodio de su vida en el que, luego de incurrir en algún tipo de imprudencia, se hunde en el recuerdo de sus iniquidades pasadas e ingresa en un espiral descendente de penas para el que no parece haber consuelo a la vista. Todo ello parece sugerir que aquello que estaría en entredicho debido al mencionado episodio sería, en última instancia, la legitimidad de su servicio a Yahweh, cuya reivindicación espera.
En el Salmo 101, en la forma de una canción atribuida a David, el espíritu de la profecía ofrece un breve vislumbre de aquello que el siervo del Señor y Cristo —es decir, a la vez, Hijo del Hombre e Hijo de Dios— tiene en su corazón respecto del tiempo en que iría a reinar sobre la tierra desde Sión, la ciudad de Dios. Es claro, en tal sentido, que se trata de un momento previo a dicho tiempo, lo cual se entiende muy bien cuando el salmista supedita la total integridad de acción a una definitiva visitación de Yahweh.
Los dichos de David en el Salmo 138 son ante todo una alabanza a Yahweh con le que le agradece su cuidado y su atención para con él en todo momento. Aun así, el salmo no deja de manifestar, en su final mismo, la tensión propia de quien aun se encuentra en la debilidad de la carne y expuesto a las impresiones de aquello que lo rodea. Sin embargo, el salmo es ante todo una profecía sobre el siervo del Señor, lo cual queda bastante claro en la mención de los reyes que escucharían, entenderían y alabarían a Yahweh agradecidos.
En correspondencia con el salmo que lo precede, el Salmo 112 presenta un encomio del siervo del Señor en la era presente con vistas a la era venidera. Su tema principal es la perseverancia y el deleite en discernir el espíritu que subyace a los mandamientos de Yahweh, lo cual redunda finalmente en una encarnación de la gracia, de la compasión y de la justicia del propio Yahweh, desplegadas mayormente para con quienes son rectos y para con los necesitados. Tales cosas son, precisamente, las que irritan a los impíos, quienes sólo pueden seguir mecánicamente el impulso de sus deseos.