De todos los acertijos propuestos por Jesús hace dos mil años, hay uno que, presentado en forma doble, resulta especialmente relevante para nuestros días, ya que provee a estos del sentido pleno de la justicia de Dios. ¿Pero podrán acaso entenderlo hoy los cristianos que se aferran a la tradición?
Citado en algunos pasajes claves del Nuevo Testamento, el asunto que presenta el libro de Joel se compone de diversos aspectos que hacen al fin de la era presente y al comienzo de la era venidera. Su estructura presenta una cierta reformulación de algunos detalles que sugiere que aquello que Yahweh anuncia en un principio para su propio pueblo, finalmente recaería sobre sus enemigos. Esta especie de reversión de suertes es complementada por el reconocimiento del Cristo por parte de los hijos de Sión y por el juicio de las naciones que los habían expoliado durante la presente era.
El libro del profeta Zacarías —claro complemento del libro de Hageo— es uno de los que más reverberaciones presenta en algunos libros del Nuevo Testamento, principalmente en los Evangelios y en el libro de Apocalipsis. Su tema principal es el de la restauración del remanente del pueblo de Dios en los últimos días de la presente era, es decir, en los nuestros. Dicha restauración vendría de la mano del siervo del Señor —el Cristo—, llamado aquí el Brote y simbolizado en el sumo sacerdote Josué hijo de Josadac, quien originalmente regresara a Jerusalén junto con los exiliados en Babilonia.
Recién publicado en Palabra & Testimonio…
Hageo
El libro del profeta Hageo —el más breve de todos los libros de los Doce Profetas— es previo al del profeta Zacarías, con el cual mantiene una fuerte complementariedad profética. Esto último se ve en el hecho de que, contando con tan sólo dos capítulos, incluye una datación de lo más estricta vinculada con la construcción del templo definitivo de Yahweh en los últimos días de esta era. Todo ello ocurriría durante un período en el que todos los gobiernos de las naciones serían debilitados como preludio de la llegada del deseo de todas las naciones, es decir, del Cristo.
El libro del profeta Hageo —el más breve de todos los libros de los Doce Profetas— es previo al del profeta Zacarías, con el cual mantiene una fuerte complementariedad profética. Esto último se ve en el hecho de que, como en el caso de Zacarías, incluye una datación de lo más estricta vinculada con la construcción del templo definitivo de Yahweh en los últimos días de esta era. Todo ello ocurriría durante un período en el que todos los gobiernos de las naciones serían debilitados como preludio de la llegada del deseo de todas las naciones, es decir, del Cristo.
Contando con varias citas y alusiones de algunos de sus pasajes en los Evangelios, el libro del profeta Miqueas es uno de los más incomprendidos de todos los libros de los profetas. Ello se debe, entre otras cosas, a la manifiestamente intencional oscuridad de su lenguaje. Tal como ocurre con el resto de los profetas, su mensaje se ubica en los últimos días de la era y se cuenta dentro del tópico de las «cosas primeras y últimas», centrándose en las vicisitudes del Cristo en relación con su heredad entre las naciones, las cuales llegan, finalmente, a reconocerlo como Dios.
En su brevedad —y dando conclusión a la colección de los Salmos—, el Salmo 150 constituye una suerte de apoteótico resumen del tema central que recorre el libro. Se trata de una dichosísima y jubilosa exhortación a todo aquello que respira a alabar al Hijo de Dios, aludido a través de toda la colección bajo expresiones como «el ungido», «el siervo de Yahweh», «el santo» y, muy especialmente, «el director», figura esta última que se encuentra tan manifiesta hacia el final del libro de Apocalipsis como oculta en el resto de las Escrituras desde el mismísimo libro del Génesis.
El Salmo 72 pone fin a las oraciones de David, el hijo de Isaí, dentro del Libro de los Salmos. El asunto del mismo es, por lo demás, muy sencillo de percibir. En efecto, partiendo de la persona de su hijo Salomón, David profetiza acerca de su otro descendiente —el siervo del Señor, su Cristo y su Hijo—, quien reinaría sobre la tierra en la era venidera, la cual pronto, en nuestros propios días, tendrá su comienzo. Difícilmente se haya hecho una descripción más dichosa del propósito de Dios para con la humanidad durante la era que pronto llegará.