Entre los salmos que presentan la apoteosis de Yahweh sobre la tierra, el Salmo 97 está especialmente imbuido del espíritu de la profecía, proveyendo, como es su caso, tantos y tan amplios testimonios, los cuales llegan hasta los mismísimos libros del Génesis y del Apocalipsis, amén de los libros de los profetas, como es el caso de Isaías y de Miqueas. La visión que presenta el salmo es múltiple: la alegría y el regocijo de los que aman a Yahweh al experimentar su liberación y la humillación de los que adoran meras estatuas son apenas algunos detalles de la misma.
Dentro del grupo de los salmos apoteóticos, el Salmo 93 contiene algunas declaraciones proféticas de lo más alentadoras para nuestros días, en los que el mundo entero se ha vuelto un caos, dando la impresión de estarse tambaleando junto con sus habitantes. Y es que en la era que viene, pronta a comenzar, Dios reinará de una forma visible y contundente sobre la tierra representado por su Hijo, tal como también lo avizoraran todos los profetas. Tal es, por otra parte, la visión que alienta en todas las Escrituras y que constituye propiamente las buenas nuevas del reino de Dios.
Siendo una de las composiciones más breves que integra la colección del Libro de los Salmos, el Salmo 100 constituye —según reza su título de encabezamiento— un salmo de acción de gracias en honor de Yahweh. Todo él recuerda en cierta medida lo dicho por el apóstol Pablo en su segunda carta a los corintios: Dios ya se ha reconciliado con la humanidad y ahora aguarda el momento en que las buenas nuevas de su reino hagan lo propio en el alma de su pueblo y de todos aquellos que vayan a amarlo de todo corazón en la era venidera.
El Salmo 28 —otra de las composiciones de David que integra los Salmos— se orienta proféticamente hacia los días del Cristo en el final de la era, hacia el tiempo del cumplimiento del oráculo o asunto santo de Yahweh, el cual consiste, precisamente, en la salvación que este obraría con todo su pueblo por medio de su Cristo. En este contexto, la expresión “los que descienden a la fosa” que se lee al comienzo del salmo ha de entenderse como una alusión a los impíos, los cuales no gozarán de las bondades del reino de Dios en la era venidera.
En el salmo 26, David, su autor, sugiere a Yahweh el poner a prueba su manera de comportarse y aun sus más íntimos pensamientos e intenciones, representados estos, en el antiguo estilo hebreo, en su corazón y en sus mismas entrañas. Semejante certeza le es dada, entre otras cosas, por su concienzuda evitación de toda compañía de aquellos hombres cuyas actitudes e intereses hacen patente una total ausencia de Yahweh en sus pensamientos. Por lo demás, el carácter profético del presente salmo se pone en evidencia en el deseo manifiesto de contemplar la gloria de Yahweh en su mismísima morada.
El salmo 25 es una oración de David en la que este recuerda a Yahweh su espera en pos de la liberación en medio de fuertes sentimientos de soledad y aflicción, propiciados por la traición y por el odio inclaudicable de quienes se le volvieron enemigos gratuitamente. Dicho contexto propicia una serie de declaraciones importantísimas respecto de quiénes son aquellos que llegarán a conocer el pacto de Yahweh, un pacto fundado en la gracia y en la lealtad que él demuestra a aquellos que esperan en él en todo tiempo para el perdón de sus pecados y de sus iniquidades.
Pese a ser uno de los más breves de toda la colección del Libro de los Salmos, el Salmo 15 —atribuido a David— resulta de un interés muy particular. En él, una simple pregunta deriva en una guía para transitar la vida en esta era presente que ya se termina, de manera de alcanzar la dicha en la era venidera pronto a comenzar, aquella en la que el reino de Dios tendrá un inicio visible entre los hombres. Por lo demás, que el salmo profetiza de la era venidera queda de manifiesto en la pregunta misma que le da inicio.