De manera sorprendentemente abarcadora y detallada —bien que valiéndose de un riquísimo lenguaje profético cuyo sentido es sólo discernible por quienes cuentan con las «arras del Espíritu» , para decirlo en los términos del apóstol Pablo en su carta a los santos de Roma—, el salmo 22 refiere las vicisitudes del Cristo y la gloria que seguiría a estas en la era por venir. En él, en efecto, se traza un itinerario que, partiendo de su insólita humillación entre los hombres, llega hasta su exaltación en medio de sus hermanos y entre las naciones que recibirá como su herencia.
El cuadro que presenta el salmo 83 jamás tuvo lugar en los días en que el pueblo de Israel moraba en la tierra de Canaán, en el Antiguo Medio Oriente. Su tema es el de una conspiración generalizada de todos los pueblos a su alrededor —entre los cuales, sin embargo, sugestivamente, Egipto está ausente—, los cuales aspiran a destruir por completo al pueblo de Dios a fin de poseer su territorio. Puesto que se trata, evidentemente, de un símil profético llamado a transcurrir en el final de la era presente, hoy ofrezco aquí mi traducción de su texto hebreo.
Considerado desde siempre como una de las más contundentes declaraciones mesiánicas de todas las Escrituras, el salmo 2 trata sobre la absoluta soberanía de Dios sobre los seres humanos y sobre lo irrevocable del procedimiento legal que en su justicia ha dispuesto desde un comienzo para su creación en general y para el orden político de su reino sobre la tierra en particular. Brevemente y con una magnificencia no exenta de humor y aún de ternura frente a la frágil condición humana, el salmo describe los prolegómenos del reinado del Hijo de Dios en el final de la presente era.
Atribuido tradicionalmente al profeta Jeremías y al que habría sido su lamento sobre la antigua Jerusalén —destruida en sus mismos días por el ejército del rey neo-caldeo Nabucodonosor—, el libro de las Lamentaciones parece ser en verdad una elegía profética sobre una ciudad a la que su autor equipara con aquella y cuyas vicisitudes tendrían lugar en los últimos días de la presente era. Debido a la relevancia que esto último asigna al mencionado libro, ofrezco aquí mi traducción del texto hebreo del mismo, acompañada, como de costumbre, de las notas que he juzgado pertinentes para su mejor intelección.
Dentro de los libros que componen las Escrituras, pocos hay tan mal entendidos —y, por ende, tan subestimados— como el libro del profeta Jonás. Todos o casi todos parecen haber visto en él apenas una historia ingenua, casi infantil, acerca del trato de Dios con los hombres. Sin embargo, según se lee en los evangelios sinópticos, ha sido el mismísimo Jesús quien validó el mensaje profético de la historia de Jonás señalándolo como un tipo y sombra del Hijo del Hombre. Es esta importancia manifiesta del libro la que me ha llevado a traducirlo del hebreo y a publicarlo aquí.
El cántico o canción de Moisés que se encuentra casi al final del libro del Deuteronomio constituye el testimonio vivo que debía quedar para aquellos de su pueblo sobre los que vendrían muchos males, en los últimos días de esta era, a consecuencia de haber abandonado a Yahweh para ir en pos de los demonios y de los dioses extranjeros. Puesto que dichos últimos días son los nuestros, me ha parecido bien publicar aquí la traducción anotada de esta canción testimonial, prueba definitiva de que el Dios vivo en verdad ha narrado, mediante su Espíritu, el final desde el principio.
Pocos parecen ser los que en verdad se han puesto a pensar que las bendiciones de la obediencia y las maldiciones de la desobediencia a la voz de Yahweh que se encuentran desgranadas en el libro del Deuteronomio eran, en realidad, el trazado de un programa cuyo cumplimiento el propio plan de Dios había determinado desde un comienzo para los últimos días de esta era. Tales días —que ya están sobre todos nosotros— deberían ser un claro indicio para aquellos que se consideran parte del pueblo de Dios y que en verdad aguardan la llegada visible de su glorioso reino.