Los cristianos han visto desde siempre en el pecado aquello que al presente aleja a la humanidad de Dios y que en un futuro vetará toda entrada en su reino. ¿Pero qué hay de la iniquidad, de la cual ellos mismos han hecho, durante siglos y siglos, una auténtica industria?
Nada delata tanto el enfriamiento generalizado del amor en el otrora mundo cristiano como la apática aceptación de la angustia propia y ajena que en nuestros días lo caracteriza. ¿Quién querrá dar cuenta hoy de este fenómeno que, según Jesús, señalaría inequívocamente a los últimos días de la presente era?
El Salmo 4 es el primero dentro de la serie dirigida «Al director» que ocupa poco más de una tercera parte del Libro de los Salmos. La indicación que en su encabezamiento señala que se trata de una composición para ser ejecutada con instrumentos de cuerda o neguinot, puede también entenderse como que la misma contiene algunas ironías. Se trata, en este último sentido, de una sutil invectiva del varón de Dios contra aquellos que gastan palabras vanas en pos del bien de Yahweh cuando en verdad tan sólo aspiran, como la inmensa mayoría, a pasárselo bien en este mundo.
Como uno de los masquilim o composiciones que incitan al discernimiento en el libro de los Salmos, el salmo 32 señala a un tiempo en que no solamente habría una vía abierta para la expiación del pecado entre el pueblo de Dios, sino también para la de su iniquidad. Y así, además de alentar a la confianza en Yahweh a la hora de confesar las propias transgresiones, el salmista llama a la docilidad frente a la instrucción del Espíritu en aquellos que han experimentado la misericordia de Dios en el Cristo, a fin de llegar a ser uno con él.
Dentro del orden de los masquilim —siendo un masquil, literalmente, una “composición que da discernimiento”— el salmo 55, atribuido en su título a David, presenta una situación en la que un varón de Dios se encuentra sujeto a la oposición y a la traición, en un contexto en que su ciudad se ha vuelto un lugar en el que reinan el subterfugio, la coerción y la controversia, junto a un deseo jadeante de acabar con el oponente. No se trata, en realidad, sino de una profecía acerca del Cristo en los días previos a su presencia manifiesta entre los suyos.
El libro de los Salmos cuenta con varios ordenamientos en base a diversas categorías. Una de tales categorías la constituyen los títulos que encabezan casi todos los salmos que lo componen, títulos sólo incluidos por entero en su versión original hebrea y que se encuentran, todos ellos, pletóricos de indicaciones proféticas para el final de la era presente. La serie que en su encabezamiento incluye la directiva “No corrompas” —comprendida por los salmos 57 al 59 y por el salmo 75— es un ejemplo de ello, al punto de encontrarse inserta, de hecho, en el griego del libro de Apocalipsis.
El que da inicio al profético libro de los Salmos es uno de los salmos más breves que integra dicha colección. Sus palabras constituyen un testimonio acerca del plan de Dios —el cual subyace en todo el texto y cuya contraparte es el consejo de los malignos, mencionado al comienzo del mismo— y ofrecen algunas claves para distinguir a quienes transitan los días de su vida en una forma que les dará una amplia entrada en la dicha del reino de Dios, cercano ya a manifestarse visiblemente, de aquellos que se conducen siguiendo solamente el dictado de sus sentidos humanos.