El Salmo 79 es otra de las composiciones de Asaf que tienen como tema central la humillación del pueblo de Dios entre las naciones como parte de la dura disciplina de Yahweh por sus iniquidades crónicas. En tal sentido, la mención específica de la ruina de Jerusalén a manos de dichas naciones tiene no pocos paralelos lingüísticos y temáticos con el libro de las Lamentaciones. Finalmente, la mención de la venganza de Dios a cuenta de la sangre derramada de sus siervos —presente en el libro de Apocalipsis— hace de este salmo otra profecía sobre el fin de la era.
El Salmo 74 de Asaf —un masquíl o composición para despertar el discernimiento— es otra de las varias instancias en el Libro de los Salmos que da cuenta de las cosas primeras y últimas que hacen a la saga profética de Yahweh en su desapercibida marcha triunfal por la historia de la humanidad, desde los días del oriente hasta estos, los últimos de la presente era. En él, su autor —en nombre del pueblo, ya por mucho tiempo relegado y a punto de ser aniquilado por el enemigo— conmina a Dios a actuar como lo hiciera en el glorioso pasado.
El Salmo 135 constituye una alabanza a Yahweh que guarda ciertas similitudes proféticas con el Salmo 114, en la medida en que ambos se enfocan en el final de la era valiéndose de algunos elementos muy reconocibles del pasado, mayormente la liberación del pueblo que obrara Yahweh en la tierra de Egipto. En el caso presente, hay también reminiscencias del cántico de Moisés registrado hacia el final del libro del Deuteronomio, lo cual confirma que el enemigo de Israel en el final de la era sería, eminentemente, el “pueblo que no es pueblo”, una forma indirecta de señalar a Edom.
Dentro de la serie de los salmos que componen el Halél, el Salmo 114 no es solamente el más breve, sino también el más profético y enigmático de todos, siendo su tema principal un anuncio de las cosas últimas desde una mirada hacia las primeras. Su comienzo, en efecto, que parece despuntar el asunto de la salida de Israel de la tierra de Egipto hace ya unos tres mil quinientos años, pronto da lugar a un vislumbre de la poderosa liberación —emulación de la primera— que en el final de la era Yahweh obraría en otro lugar de la tierra.
Tal como es costumbre con los salmos de David dedicados «Al director», el Salmo 62 desgrana una serie de pensamientos y dichos del siervo del Señor, el cual se expresa aquí mediante el espíritu de la profecía. Su tema es, en este caso, el de Dios como único garante de la espera en pos de la ansiada liberación de una realidad en la que prevalecen los envidiosos, los mentirosos y los hipócritas. Que se trata en última instancia del siervo del Señor queda bien confirmado en el consejo dado al pueblo, del cual, una vez librado, sería él mismo libertador.
Entre los salmos que presentan la apoteosis de Yahweh sobre la tierra, el Salmo 97 está especialmente imbuido del espíritu de la profecía, proveyendo, como es su caso, tantos y tan amplios testimonios, los cuales llegan hasta los mismísimos libros del Génesis y del Apocalipsis, amén de los libros de los profetas, como es el caso de Isaías y de Miqueas. La visión que presenta el salmo es múltiple: la alegría y el regocijo de los que aman a Yahweh al experimentar su liberación y la humillación de los que adoran meras estatuas son apenas algunos detalles de la misma.
En una colección especial e íntimamente tan profética como es el Libro de los Salmos, el Salmo 77 ocupa un lugar muy destacado. Su tema parecería agotarse en las proezas y maravillas de Dios en los días antiguos, en los que liberó a su pueblo de Egipto con mano poderosa. Sin embargo, todo esto no es sino parte de una meditación del siervo del Señor en medio de la angustia y el pesar reinantes en los últimos días de la era presente, en que la liberación se ha vuelto tan necesaria como entonces, si es que no aún mucho más.