El Salmo 91 ha sido siempre para muchos una suerte de texto fetiche respecto de la protección de Dios en tiempos difíciles y aun calamitosos. Sin embargo, todos parecen haber pasado por alto que el tema dominante del mismo es la protección que al final de la era tendría el siervo del Señor, algo que sin duda confirma el hecho de que Satanás citara algunas de sus palabras al poner a prueba a Jesús, al final de su estada de cuarenta días en el desierto. Se trata, en definitiva, al igual que el resto de los Salmos, de una profecía.
El Salmo 70 reproduce en forma idéntica los últimos tramos del Salmo 40. Tal como lo deja entrever el titulo del encabezamiento, se trata, en realidad, de un recordatorio lanzado a Dios por su mismo siervo que previamente, en el último de los salmos mencionados, se expresara con palabras en extremo exultantes, una parte de las cuales se encuentra citada en la carta «A los hebreos» del Nuevo Testamento. Su carácter de recordatorio dirigido a Dios queda, de hecho, confirmado en la versión griega de la Septuaginta, donde se lee: “De David, como recordatorio para que me salve el Señor”.
De todos los salmos que componen el libro del mismo nombre, el Salmo 117 resulta ser el más breve, ya que está compuesto de sólo dos versículos. Sin embargo, el cuadro futuro que presenta es tan claro como glorioso: todas las naciones y todos los pueblos alabarán un día a Yahweh por su bondad para con su pueblo, la cual no es sino un ejemplo adelantado de su fidelidad para con todos los seres humanos a los que ha creado con tanto amor. En sus pocas palabras se encuentra, por lo tanto, compendiado su propósito para con toda la humanidad.
Dentro del grupo de los salmos que constituyen el Halel —esto es, los salmos 113 al 118, los cuales solían entonarse en Jerusalén durante las grandes festividades en los días del segundo templo— el salmo 116 ofrece un palpitante testimonio profético de las disquisiciones íntimas del siervo de Yahweh. Se trata de un salmo de agradecimiento por haber sido librado de la angustia mortal que se sigue de la conciencia de la propia impotencia humana para servir adecuadamente a Dios y para alcanzar la vida dichosa que este ha prometido a sus siervos y a todos los que lo aman.
El Salmo 39 forma parte de una serie dedicada o dirigida —aunque el hebreo antiguo permite también el atribuirle la autoría— a una enigmática figura en la que todos suelen ver a un director de coro o músico principal. Dentro de dicha serie, la presente composición se revela como una de las más estremecedoras —si es que no la más—, pues pone en palabras los pensamientos del siervo de Yahweh que, con una lucidez espeluznante, contempla su existencia humana, imperfecta pero familiar, en la anticipación de su destino junto a Dios, glorioso pero completamente desconocido para su mera carne.
El salmo 119 se constituye en la composición más extensa de todo el libro de los Salmos, ya que se trata de un acróstico que incluye ocho versículos por cada una de las veintidós letras que componen el alfabeto hebreo. Su tema —cuyo carácter altamente profético ha sido, acaso por su formalismo, bastante mal entendido— es el de los pensamientos del siervo de Yahweh en una instancia tan íntima como misteriosamente dramática, configurada principalmente en torno a la instrucción, a los estatutos, a los mandamientos, a los testimonios , a los dichos y al carácter de su Dios y Señor.
Vinculado fuertemente con el Salmo 144 —con el que comparte varios elementos, muy particularmente el de la «canción nueva» presente en Isaías y en el libro de Apocalipsis y cuya mención primera se da, precisamente, en él— el Salmo 33 guarda asimismo una estrecha relación con su antecesor inmediato, del cual podría ser considerado una clara continuación. Su tema gira en torno a aquellos que han alcanzado justificación en la presencia de Yahweh y que han rectificado, por ende, sus corazones, todo ello en medio de los planes de una humanidad que aún no ha llegado a conocer a Dios.