Un abundantísimo cúmulo de testimonios en todas las Escrituras señala a los días por venir como el tiempo en que las buenas nuevas del reino de Dios serían nuevamente anunciadas para testimonio a todas las naciones. Pero aquellos que ignorasen quién es en verdad Jesucristo, ¿podrán acaso beneficiarse de ello?
Podría decirse que nada hay mejor, para precisar el sentido de las palabras que componen el Nuevo Testamento, que dirigirse a sus fuentes. Esto resulta especialmente cierto cuando se trata de dilucidar la quintaesencia de la iniquidad, sin arrepentirse de la cual nadie verá la vida de la era venidera.
Las buenas nuevas que serán anunciadas en los días que vienen como preludio del final de esta era sólo podrían ser dichosamente recibidas de darse también un arrepentimiento respecto de la iniquidad. ¿Pero cómo arrepentirse de esta, cuando ni siquiera se sabe en qué consiste ni qué la ha constituido?
Los cristianos han visto desde siempre en el pecado aquello que al presente aleja a la humanidad de Dios y que en un futuro vetará toda entrada en su reino. ¿Pero qué hay de la iniquidad, de la cual ellos mismos han hecho, durante siglos y siglos, una auténtica industria?
Nada delata tanto el enfriamiento generalizado del amor en el otrora mundo cristiano como la apática aceptación de la angustia propia y ajena que en nuestros días lo caracteriza. ¿Quién querrá dar cuenta hoy de este fenómeno que, según Jesús, señalaría inequívocamente a los últimos días de la presente era?
La psicopandemia que los poderes mundiales trajeron sobre todas las naciones hace dos años despertó como nunca la necesidad de muchos de volver al Dios vivo, creador, sustentador y garante de todas las cosas. ¿Pero será acaso posible tal cosa para una generación tan alejada de Dios como la nuestra?