Desde siempre —y debido a ciertos dichos del Señor, de sus profetas y de sus apóstoles—, la cristiandad en su conjunto ha anticipado una gran división que, en torno al Cristo, tendría lugar en los últimos días de la era. ¿Pero qué es, exactamente, aquello que provocaría dicha división?
El Salmo 92 está dedicado al sábado, el séptimo día de la creación mencionado en el libro del Génesis e instituido luego, en los días de Moisés, como un día para ser observado por el pueblo. Sin embargo, todo ello no era más que una sombra de lo por venir, ya que dicha disposición de la instrucción de Dios no hace más que señalar proféticamente a la era que viene, en la cual el Hijo del Hombre será el señor de toda la tierra y en la que los redimidos y los justificados tendrán una vida dichosa junto a él.
En el Salmo 101, en la forma de una canción atribuida a David, el espíritu de la profecía ofrece un breve vislumbre de aquello que el siervo del Señor y Cristo —es decir, a la vez, Hijo del Hombre e Hijo de Dios— tiene en su corazón respecto del tiempo en que iría a reinar sobre la tierra desde Sión, la ciudad de Dios. Es claro, en tal sentido, que se trata de un momento previo a dicho tiempo, lo cual se entiende muy bien cuando el salmista supedita la total integridad de acción a una definitiva visitación de Yahweh.
En el Salmo 50 se presenta un momento similar al que puede verse en la historia registrada en el capítulo veinticinco del evangelio de Mateo, referida al momento en el que, al dar inicio a la era venidera, el Hijo del Hombre se sentará en su trono de gloria a juzgar a los sobrevivientes de entre las naciones, reunidos frente a él por sus santos emisarios. En tal sentido, el salmo es, para quien sea que fuese a prestarle atención, una advertencia respecto de qué cosas son las que agradan a Dios y qué cosas las que definitivamente le desagradan.
No sería exagerado afirmar que el Salmo 89 es uno de los textos principalísimos que configuran todo aquello que se ha dicho y podría decirse acerca del Cristo. Ello se manifiesta muy claramente en el lugar que algunos de sus pasajes tienen en el mismísimo libro de Apocalipsis, el cual corona a todo el asunto del que habla el resto de las Escrituras. Sin embargo, el cristianismo todo nunca ha dejado de ver su contenido y el de otras profecías como a través de un vidrio esmerilado, algo que pronto dejará de ser para dar lugar a lo perfecto.
Al igual que otros textos de la colección que lo incluye, el Salmo 80 se presenta como una contundente súplica por la restauración, elevada a Yahweh por parte de su pueblo en el final de la presente era. En él, Israel es presentado como una viña que el Señor plantó para sí, tal como la viña mencionada en el capítulo 5 del libro de Isaías. Su texto, sin embargo, presenta algunos detalles proféticos que sólo pueden ser discernidos desde su texto hebreo; y esto último, además, tan sólo contando con la asistencia del mismo espíritu profético que lo ha inspirado.
El Salmo 6 es uno de los más breves dentro del libro de los Salmos. No obstante ello, su importancia profética es innegable, incluso preeminente. Esto se debe al hecho de que, en su evangelio, Juan registra el momento en que Jesús cita unas palabras de dicho salmo en el mismo día de su entrada triunfal en Jerusalén, a sabiendas de lo que allí le aguardaba en breve, a saber: su muerte en la cruz y su resurrección como una forma de glorificar el nombre del Padre y de rescatar a toda la humanidad de la muerte y del Seol.