Desde siempre —y debido a ciertos dichos del Señor, de sus profetas y de sus apóstoles—, la cristiandad en su conjunto ha anticipado una gran división que, en torno al Cristo, tendría lugar en los últimos días de la era. ¿Pero qué es, exactamente, aquello que provocaría dicha división?
Nada hay que los cristianos crean entender más y mejor que el sentido de las parábolas de las que se valió Jesús en su anuncio de las buenas nuevas del reino de Dios. ¿Pero por qué será, entonces, que luego de dos mil años continúan mirando hacia el lugar equivocado?
Hace ya dos mil años, vuelto del desierto a Galilea, Jesús comenzó a anunciar el cumplimiento de un tiempo y la cercanía del reino de Dios. ¿Pero qué sentido podrían tener hoy tales cosas para muchos que, desorientados y cansados, sienten que todo tiempo ha llegado definitivamente a su fin?
Podría decirse que nada hay mejor, para precisar el sentido de las palabras que componen el Nuevo Testamento, que dirigirse a sus fuentes. Esto resulta especialmente cierto cuando se trata de dilucidar la quintaesencia de la iniquidad, sin arrepentirse de la cual nadie verá la vida de la era venidera.
Las buenas nuevas que serán anunciadas en los días que vienen como preludio del final de esta era sólo podrían ser dichosamente recibidas de darse también un arrepentimiento respecto de la iniquidad. ¿Pero cómo arrepentirse de esta, cuando ni siquiera se sabe en qué consiste ni qué la ha constituido?
Desde su misterioso título de encabezamiento, el Salmo 7 advierte que su contenido es un yerro o desliz cantado para Yahweh por parte de David a propósito de unas palabras o asuntos de un tal Cush, procedente, con toda probabilidad, de la tribu de Benjamín. Precisar, sin embargo, en qué cosa consiste este desliz por parte de David resulta difícil. Es posible que tal cosa se deba a expresiones suyas referidas a su propia justicia e integridad, siendo que el asunto principal del salmo consiste, precisamente, en la exaltación de la justicia de Dios como único fundamento de sus juicios.
Atribuido por su título a «Moisés, hombre de Dios», el Salmo 90 es una oración y una declaración profética acerca del pueblo de Dios en el final de la era, cuando ya todo se habría dicho y hecho a través del largo tiempo y cuando, por ende, sólo cabría esperar en la bondad que Dios despliega ante los corazones arrepentidos hasta la contrición. En tal sentido, podría considerárselo como una suerte de réplica al cántico que el propio Moisés entonara ante el pueblo como un testimonio para su posteridad, poco antes del cruce del Jordán hacia el país de Canaán.