El Salmo 108 está compuesto por la combinación de las últimas porciones de los Salmos 57 y 60, de una forma muy singular que denota hasta qué punto el Libro de los Salmos es, por entero, un tesoro de profecía a ser discernido. En efecto, comenzando con una declaración de David pletórica de confianza y de agradecimiento a Dios —y pasando por alto su lamento por el enojo de Dios con su pueblo que lo había llevado a desecharlo—, el salmo culmina con una declaración de victoria final sobre Edom, el pueblo oculto e inexpugnable de la presente era.
El Salmo 135 constituye una alabanza a Yahweh que guarda ciertas similitudes proféticas con el Salmo 114, en la medida en que ambos se enfocan en el final de la era valiéndose de algunos elementos muy reconocibles del pasado, mayormente la liberación del pueblo que obrara Yahweh en la tierra de Egipto. En el caso presente, hay también reminiscencias del cántico de Moisés registrado hacia el final del libro del Deuteronomio, lo cual confirma que el enemigo de Israel en el final de la era sería, eminentemente, el “pueblo que no es pueblo”, una forma indirecta de señalar a Edom.
Dentro de la serie de los salmos que componen el Halél, el Salmo 114 no es solamente el más breve, sino también el más profético y enigmático de todos, siendo su tema principal un anuncio de las cosas últimas desde una mirada hacia las primeras. Su comienzo, en efecto, que parece despuntar el asunto de la salida de Israel de la tierra de Egipto hace ya unos tres mil quinientos años, pronto da lugar a un vislumbre de la poderosa liberación —emulación de la primera— que en el final de la era Yahweh obraría en otro lugar de la tierra.
En el Salmo 50 se presenta un momento similar al que puede verse en la historia registrada en el capítulo veinticinco del evangelio de Mateo, referida al momento en el que, al dar inicio a la era venidera, el Hijo del Hombre se sentará en su trono de gloria a juzgar a los sobrevivientes de entre las naciones, reunidos frente a él por sus santos emisarios. En tal sentido, el salmo es, para quien sea que fuese a prestarle atención, una advertencia respecto de qué cosas son las que agradan a Dios y qué cosas las que definitivamente le desagradan.
Varios son los salmos atribuidos a los hijos de Córaj signados por el tema de la supervivencia, acaso porque los hijos de Córaj sobrevivieron al destino aciago de su padre en el desierto, a quien la tierra tragó vivo luego de desafiar junto a los suyos la autoridad de Moisés y de Aarón. Sin embargo, sus hijos quedaron con vida. En el caso del Salmo 47, la supervivencia sería la de los pueblos que llegarán a ver la era venidera luego de ser librados por Yahweh, por lo cual al comienzo del mismo son exhortados a regocijarse junto a él.
El salmo 66 constituye una elocuentísima canción que el espíritu de la profecía pone en boca del salmista y que imprime a toda la composición el inconfundible sello de las cosas primeras y últimas, evidente, también, en algunos otros salmos. El tiempo de su enunciación es entre el final de la era actual y el inicio de la era venidera, lo cual deja suficientemente en claro la exhortación del siervo del Señor a todos los pueblos para que se regocijen en su Dios, quien tratara tan singularmente con su pueblo en el pasado y con él mismo en el presente.
A diferencia del resto de los que comparten su tema principal, el Salmo 99 —otro salmo apoteótico de Yahweh que celebra el reinado de este en la tierra— dirige la mirada hacia el trato de Dios con su pueblo, mayormente mediante alusiones a los días del tabernáculo de reunión, en los tiempos en que se aparecía a Moisés y a Aarón sobre los dos querubines que adornaban el propiciatorio del arca del pacto. Este último tiene, a su vez, reminiscencias del Día de la Expiación, en el cual la justicia de Yahweh aun se manifestaba en tipos y en sombras.